miércoles, 29 de abril de 2009

Tomándola con el ordenador del jefe

Yo no soy mala. Bueno, si, un poquito, pero seguramente no más que tú. Yo nunca empiezo las batallas, solo devuelvo los golpes. En uno de mis anteriores empleos trabajaba en un pequeño despacho con el jefe de mi departamento. Era un hombre de unos cincuenta años, al que lo años no le han tratado demasiado bien y que sin embargo se niega a aceptar la realidad y actúa como si fueran un galán del cine clásico.

Debo reconocer que tengo atravesados a todos los galanes del cine clásico y no tengo nada que decir de ninguno, excepto palabras cargadas de veneno. Sus personajes son en su mayoría hombres viriles, rudos y fuertes ante los que las mujeres caen rendidas. Todos esos Clarke "Gueiboles", Humphrey "Bogartes", Marlon "Brandones", "Rodolfos Valentinos" y demás caterva de personajes machistas creados para seducir a las mujeres y dar envidia a los hombres.

La última reencarnación del galán es el personaje de James Bond, el agente 007, que interpretado por múltiples actores representa a un hombre bien vestido paradigma del éxito y del glamour, del que aparentemente es imposible no enamorarse. Es valeroso, seguro de si mismo y todas las mujeres caen rendidas ante sus encantos, pero en realidad cambia de mujer como de camisa.

Pues ese jefe era igual. Traje ejecutivo, corbata impecable, pelo engominado, por conservar la dignidad, porque el pelo ya no puede y esa actitud de triunfador, líder indiscutible e infalibilidad. Llevaba trabajando allí casi seis meses sin contrato, con un sueldo mediocre, que además no cobraba puntualmente. Estaba negociando con el que me hiciera un contrato y que me subiera el sueldo, porque ya iba siendo hora. Al final todo lo que me ofreció fue un triste contrato a media jornada con el mismo sueldo y en el mismo puesto, que no reflejaba ni la mitad de lo que yo hacía.

Ni que decir tiene que en ese puesto aprendí muchas cosas, entre ellas a refinar mi arte de mala pécora. Creo que ese día fue mi despertar definitivo como pecorilla descastada. Le dije que me marchaba y me contestó que tendría que avisarle con quince días de adelanto. Le respondí que me podía ir cuando yo quisiera, incluso en ese momento, puesto que lo de los quince días es si me marcho antes pierdo la parte proporcional del finiquito que no estaba en condiciones de reclamar porque no estaba contratada.

Le dije que me lo pensaría en cualquier caso y se marcho a una reunión. Respiré aliviada.  Con las prisas se dejó su ordenador sin bloquear. Me lo pensaba pasar en grande. Bastante mal me había tratado durante los seis meses que habíamos compartido ese despacho, al que llamar antro sería un eufemismo, aguantando su lengua afilada, y mordiéndome la mía, que es bastante más afilada, pero cuando una necesita el sueldo para comer y pagar las facturas se la deja enfundada en su vaina por cuestiones prácticas.

Volviendo al asunto. Tenía el ordenador de ese tiranuelo del tres al cuarto al que llamar burro descerebrado sería dejar en mal lugar al resto de  miembros de tan bella especia animal. Revisé su correo mientras buscaba páginas donde descargar algún troyano. Encontré algunas que parecían bastante completas. Busque pos sus efectos y descargue algunos archivos, pero el oso panda no me dejaba ejecutarlos.

Al final tuve que acceder al directorio donde está e antivirus y empezar a borrar ficheros hasta que me dejó ejecutar los programas que me interesaban. No soy partidaria de la violencia contra los animales, ni siquiera los virtuales, pero fue necesario sodomizar al pobre pariente remoto de los osos.

También me aseguré de que el trabajo que tenía sin guardar se quedara sin guardar y que los correos de la bandeja de salida se quedaran sin enviarse, así como de borrar todos los correos entrantes que llegarón a partir del momento en que se marchó. Aprendí un montón en ese rato, especialmente sobre informática y sobre mi misma.

Me he acordado de esto porque me he encontrado hace poco con un antiguo compañero que me dijo que el jefe perdió la cuenta del cliente ese día a raíz de cierto trabajo no entregado y de correos desaparecidos. Que se fastidie, la forma de trabajo es que el jefe coordine y los junior le hagan las cosas y le pidan asesoramiento, pero ese cliente era suyo y solo suyo e iba a comisión directa.

Donde las dan las toman.

1 comentario:

  1. Mi novia también ha sido (y es, aunque afirma que se ha suavizado mucho desde que me conoce) bastante pécora. Observa, calcula, descubre los puntos débiles y ataca con todas las de la ley. Gracias a Dios, de momento no le he dado motivos para que se ensañe conmigo.

    También dice que este estilo de vida es agotador, y que se llega al punto en el que inconscientemente dejas de ver el lado bueno que te puedan ofrecer los demás (ya sea por costumbre o porque cree el ladrón que son todos de su condición).

    Al ser su polo opuesto, he contribuido a rebajar el nivel de pecorismo y ahora sólo desata a la bestia cuando es necesario.

    Pero no sólo ha sido dar; también he recibido. He aprendido cosas (aprendiz de pécoro, jaja!), y a más de uno y de dos he dejado con un palmo de narices (gente acostumbrada a pisotearme que se llevó un pisotón mío de tres pares de cojones).

    Éste mundo tan "civilizado" no es más que una puta selva.

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