jueves, 30 de abril de 2009

Vomito cuando leo a un "hoygan"


Cuando navego por Internet una cosa que me da mucho asco es la existencia de los HOYGAN, que deberían ser llamados hoyganes, sin mayúsculas, como el resto de colectivos o gentilicios y con el plural bien puesto en castellano y en todas las demás variedades del español en américa.

Tanto asco me da que tengo un cubo junto a la silla del ordenador para poder vomitar sin miedo a desparramar los restos de comida a medio digerir por el parquet (o parket, porque de ambas formas lo he visto escrito y en nuestro querido Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua todavía no figura).

La existencia de los hoyganes va en contra de toda lógica. El sentido común hace mucho que brilla por su ausencia, pero es que el día en que Dios estaba repartiendo los dones o el profesor estaba enseñando a escribir, ellos ya se creían tan listos y tan inteligentes que no atendieron a la lección y como talento eligieron la más absoluta indiferencia.

La filosofía de "mientras me entiendan me da igual que sea incorrecto" ya la practicaba mi abuelo antes de la existencia de Internet. Un día cuando era niña le acompañé a cobrar un cheque al banco, un lugar serio y solemne que me imponía una mezcla de admiración y respeto. En el cheque ponía algo así como "Diezisiete mil, hochozientas quarentaidoz pesetas #17.842 pta#".

Yo entonces no sabía como se escribían algunos números, y las divisiones con divisores de varias cifras y con decimales se me atragantaban bastante, pero tenía claro que el número diecisiete no se escribía así. Cuando el hombre que estaba en la caja le pagó íntegro el importe del cheque me quedé sorprendida de que un documento con erratas tuviera valor legal.

Pensé que el cheque tenía faltas ortográficas y se lo había dicho a mi abuelo cuando previamente me lo había enseñado, pero me dijo que se lo iban a pagar igual. Ese día perdí todo el respeto por mi abuelo y por el solemne banco que no le obligó a rellenar otro cheque y le aceptó ese cuando ambos sabían que contenía erratas. Son precursores de los hoigan y les odio por ello, entre otras cosas.

Detesto las faltas ortográficas y gramaticales obligatorias en el lenguaje escrito, y la forma de hablar al estilo barriobajero-costroso que se ha puesto tan de moda últimamente. No todos tenemos que hablar con una variedad que sea la envida de todos los demás, utilizando siete sinónimos de cada palabra, pero si podemos utilizar algunos de vez en cuando, y desarrollar un estilo propio para hablar,y las palabras que conocemos al menos saber escribirlas, que no cuesta tanto, eso se enseña en el colegio.

Deberían colgar de los pulgares a los profesores que dan el graduado escolar a una persona que escribe voluntariamente con errores. Una cosa es escribir una palabra con una errata y ponerla con texto distinto,como cursiva o entrecomillarla para representar un acento extraño o que la persona que se supone que la dice la pronuncia más, para dar un registro más inculto al personaje que la emplea y así caracterizarle mejor y otra cosa muy diferente es no saber escribir, lo que denota un ceporrismo digno de un analfabeto que me produce repugnancia absoluta.

Si me disculpáis me marcho a seguir vomitando, que ya ni las páginas web de los principales diarios nacionales se salvan del hoiganismo, y no me refiero precisamente a los comentarios.

(La imagen superior está "robada" la mesa de las chikis de las cuales no conozco a ninguna y escriben lo suficientemente bien para que esta entrada no vaya dedicada a ninguna de ellas. Desconozco si esa es la fuente original de la imagen.)

miércoles, 29 de abril de 2009

Tomándola con el ordenador del jefe

Yo no soy mala. Bueno, si, un poquito, pero seguramente no más que tú. Yo nunca empiezo las batallas, solo devuelvo los golpes. En uno de mis anteriores empleos trabajaba en un pequeño despacho con el jefe de mi departamento. Era un hombre de unos cincuenta años, al que lo años no le han tratado demasiado bien y que sin embargo se niega a aceptar la realidad y actúa como si fueran un galán del cine clásico.

Debo reconocer que tengo atravesados a todos los galanes del cine clásico y no tengo nada que decir de ninguno, excepto palabras cargadas de veneno. Sus personajes son en su mayoría hombres viriles, rudos y fuertes ante los que las mujeres caen rendidas. Todos esos Clarke "Gueiboles", Humphrey "Bogartes", Marlon "Brandones", "Rodolfos Valentinos" y demás caterva de personajes machistas creados para seducir a las mujeres y dar envidia a los hombres.

La última reencarnación del galán es el personaje de James Bond, el agente 007, que interpretado por múltiples actores representa a un hombre bien vestido paradigma del éxito y del glamour, del que aparentemente es imposible no enamorarse. Es valeroso, seguro de si mismo y todas las mujeres caen rendidas ante sus encantos, pero en realidad cambia de mujer como de camisa.

Pues ese jefe era igual. Traje ejecutivo, corbata impecable, pelo engominado, por conservar la dignidad, porque el pelo ya no puede y esa actitud de triunfador, líder indiscutible e infalibilidad. Llevaba trabajando allí casi seis meses sin contrato, con un sueldo mediocre, que además no cobraba puntualmente. Estaba negociando con el que me hiciera un contrato y que me subiera el sueldo, porque ya iba siendo hora. Al final todo lo que me ofreció fue un triste contrato a media jornada con el mismo sueldo y en el mismo puesto, que no reflejaba ni la mitad de lo que yo hacía.

Ni que decir tiene que en ese puesto aprendí muchas cosas, entre ellas a refinar mi arte de mala pécora. Creo que ese día fue mi despertar definitivo como pecorilla descastada. Le dije que me marchaba y me contestó que tendría que avisarle con quince días de adelanto. Le respondí que me podía ir cuando yo quisiera, incluso en ese momento, puesto que lo de los quince días es si me marcho antes pierdo la parte proporcional del finiquito que no estaba en condiciones de reclamar porque no estaba contratada.

Le dije que me lo pensaría en cualquier caso y se marcho a una reunión. Respiré aliviada.  Con las prisas se dejó su ordenador sin bloquear. Me lo pensaba pasar en grande. Bastante mal me había tratado durante los seis meses que habíamos compartido ese despacho, al que llamar antro sería un eufemismo, aguantando su lengua afilada, y mordiéndome la mía, que es bastante más afilada, pero cuando una necesita el sueldo para comer y pagar las facturas se la deja enfundada en su vaina por cuestiones prácticas.

Volviendo al asunto. Tenía el ordenador de ese tiranuelo del tres al cuarto al que llamar burro descerebrado sería dejar en mal lugar al resto de  miembros de tan bella especia animal. Revisé su correo mientras buscaba páginas donde descargar algún troyano. Encontré algunas que parecían bastante completas. Busque pos sus efectos y descargue algunos archivos, pero el oso panda no me dejaba ejecutarlos.

Al final tuve que acceder al directorio donde está e antivirus y empezar a borrar ficheros hasta que me dejó ejecutar los programas que me interesaban. No soy partidaria de la violencia contra los animales, ni siquiera los virtuales, pero fue necesario sodomizar al pobre pariente remoto de los osos.

También me aseguré de que el trabajo que tenía sin guardar se quedara sin guardar y que los correos de la bandeja de salida se quedaran sin enviarse, así como de borrar todos los correos entrantes que llegarón a partir del momento en que se marchó. Aprendí un montón en ese rato, especialmente sobre informática y sobre mi misma.

Me he acordado de esto porque me he encontrado hace poco con un antiguo compañero que me dijo que el jefe perdió la cuenta del cliente ese día a raíz de cierto trabajo no entregado y de correos desaparecidos. Que se fastidie, la forma de trabajo es que el jefe coordine y los junior le hagan las cosas y le pidan asesoramiento, pero ese cliente era suyo y solo suyo e iba a comisión directa.

Donde las dan las toman.

martes, 28 de abril de 2009

Sin café no soy persona... y con él tampoco, bonita

Me fastidian sobre manera las falacias y la doble moral. Que personas que dicen de sí mismas que no tienen ninguna clase de tapujo sean más falsas que el beso de Judas y que mientan sistemáticamente. No me fastidia que me mientan a mi, lo que me jode es que no tengan cargo de conciencia porque según ellos no son unos mentirosos.

Más de la mitad de las personas de este país necesitan tomar un café por las mañanas, porque sin el no son personas. Para que nos vamos a engañar, una taza de café después tampoco lo son. Si no quieren considerarse adictos que no se consideren adictos, pero estoy cansada de cierta compañera de trabajo que cuando no se ha tomado un café lamenta no haberlo hecho.

Le he sugerido varias veces que lo sustituya por otra cosa si se trata de beber algo, pero a ella lo que le pide el cuerpo es cafeína. Si, algunos pensareis que yo juego a dos bandas, que soy totalmente amoral o cualquier otra cosa. También tengo mis compulsiones o mis pequeñas adicciones, aunque lo disfrace en forma de gustos o aficiones, pero al menos no me engaño a mi misma.

Estoy viéndola ahora mismo y estoy deseando que se escalde toda la lengua y que se le derrame el contenido de la mesa sobre el ordenador. Sería un justo castigo para una mujer que se engaña a sí misma.

Igual algún día de estos le rompo el asa de su taza y lo pego con algún adhesivo que se ablande con un poco de calor, para que al coger la taza se le derrame.

No me mireis así, todo el mundo piensa cosas como esta, y lo peor es que algunos las hacen sin pensar y no reflexionan sobre las consecuencias hasta después de haberlo hecho.Yo al menos lo hago antes.

lunes, 27 de abril de 2009

Infidelidades mutuas y confidecias

Cuando iba al instituto todavía era aprendiz de mala pécora (aunque sigo aprendiendo, eso por descontado). Una de las amigas de la pandilla, Mari la "Marquesa", si es que a esa piara de zorras se las puede llamar amigas, me eligió como su confidente.

No tengo ni idea del motivo por el que tomo esa decisión, pero el caso es que la tomó. La llamábamos la marquesa porque se daba un aíre que ni los monarcas absolutistas. Trataba a casi todo el mundo como si fueran siervos de la gleba. Se mostraba deliberadamente distante y fría, como si fuera un ser superor. Eso excitaba a casi todos los chicos del instituto que la veían como si fuera un trofeo.

Un día me confesó que sospechaba que su novio se acostaba con otra. Me costó mucho fingir que no lo sabía. Tuve que hacer un esfuerzo importante para parecer sorprendida, porque me había acostado con su novio. Pensé que me había pillado y estuve apunto de declararme culpable, pero quería saber como lo había descubierto. Además no me parece justo que ella le fuera infiel a su novio y su novio no le pudiera ser infiel a ella.

Ella interpreto el desasosiego que yo sentí en el momento de sentirme descubierta como solidaridad con ella. Me sonreí para mis adentros y respiré aliviada, pero puede que solo estuviera jugando bien sus cartas y me quisiera pillar en un renuncio. Al fin y al cabo yo no era la única aprendiz de mala pécora que había por allí, por lo que siempre hay que andarse con precaución y siempre utilizar la astucia.

Poco a poco fui sonsacándole los motivos por los que sospechaba que su novio le era infiel, aunque decir que era su novio es exagerar un poco. Él era el chico con el que públicamente se dejaba ver y con el que no era secreto que mantuviera relaciones, pero según lo que ella contaba a la pandilla se había pasado por la piedra a la mitad de los chicos de la clase y si damos fe a chascarrillos ajenos podríamos decir que también se había acostado con los de las otras dos clases del instituto.

Reconstruyendo los acontecimientos a partir de la información que ella me había proporcionado y o que yo sabía, aunque ella desconocía, es decir, los momentos que habíamos pasado él y yo a solas pude determinar que había una tercera chica con la que se había acostado.

Me costó bastante fabricar una historia coherente en la que el se acostara con la tercera para que la marquesa la descubriera por si misma sin que yo se lo contara. No es bueno que el muy porcino sepa que soy yo quien le ha contado a ella que he descubierto su infidelidad con otra persona porque el sacaría a la luz su infidelidad conmigo al verse acorralado para ponerla también en mi contra.

Afortunadamente todo salio bien y pude continuar escuchando las confidencias de la marquesita hasta que ambas terminamos el bachillerato.

domingo, 26 de abril de 2009

Lo que significa ser una pécora

La palabra pécoro se refiere a la mayoría de animáles mamíferos rumiantes. En el mundo rural se emplea para las ovejas, por tanto ser una mala pécora indica ser un animal improductivo o esteril, que no da leche, con lana de mala calidad o incapaz de reproducirse.

Como otros nombres de animales aplicado a la mujer, como pájara, zorra, perra o lagarta se aplica a las prostitutas, pero también a las mujeres engreídas o falsas y también a las astutas, bellacas o falsas.

Cada uno que aplique a la palabra pécora el significado que prefiera.