martes, 12 de mayo de 2009

Desenterrando el hacha de guerra

Llego a la oficina y me hacen pasar a una reunión. Una reunión de esas en las que se anuncian que van a rodar cabezas. Situación a la que no se había llegado jamás si el borrego que rebuzna las órdenes  y que ahora nos amenaza se hubiera molestado en hacer su trabajo y ni fiarse de trabajadores arrastrados ni adoptar como mano derecha a la felatriz de carnosos labios en quien ha delegado la mayoría de sus funciones, un cargo que le queda grande.

Pero el tiempo pone a cada uno en su lugar, y esa mujer que ha demostrado que está allí por algún motivo desconocido, el cual no es su capacidad para trabajar ni para hacer que los demás trabajen. El jefe de la planta no se explica el mal rendimiento con la cantidad de horas extra que se facturan aunque si me pregunta tendría que decirle que son las que hay que hacer para hacer el trabajo que no se saca durante las horas normales porque la gente en lugar de trabajar le está dando al pico, preparando actividades de ocio que va a practicar en horario extralaboral o simplemente salen a fumar y tardan tres cuartos de hora en volver.

Pero no seré yo quien se lo diga. No me gusta dar el primer golpe. Cuando hay que darlo hay que darlo. Veo como el traidor arrastrado utiliza su posición de enlace sindical para asegurarse su puesto en primer lugar y a continuación el de otros compañeros que está afiliados al sindicato y que son quienes le votaron como enlace sindical.

Pobres corderillos. En ocasiones me dan pena. Tienen mujer, hijos, hipoteca y un préstamo que pagar que solicitaron para las vacaciones y ese despojo descerebrado al que confían su suerte puede ser despedido en cualquier momento en cuanto edite un par de frases y mande un enlace a dos personas, que sé que se encargarán de que todo el mundo sabe que ellas saben y no las llamo cotillas ni chismosas, les llamo solidarias, a quienes no les gusta que la información acerca de los demás sea secreta.

El pobre infeliz me mira y sonríe. La oficina está en calma y todo el mundo actúa como si la reunión nunca hubiera tenido lugar. ¿Me ofrecerá la salvación? ¿Será así de arrastrado? ¿Sabrá lo que yo sé? Improbable. tengo un plan de contingencia en cualquier caso.

Todos trabajan o hacen ver que trabajan, porque va a venir el jefe del jefe y por eso nos reunieron esta mañana, para que el jefe pueda salvar su cuello, aunque no le importaría rebañar algún gañote por el camino si él cae.

Si quiere cuellos puedo darle unos cuantos. Pero no va con mi personalidad. No me gusta poner a la gente en evidencia. Me gusta que sean ellos quienes se pongan la soga al cuello. Quienes caminen por la pasarela y se arrojen a un mar lleno de tiburones, quienes se asomen al precipicio y decidan tirarse. Lo que si va con mi personalidad es ver como afilan la cuchilla para cortarse las venas y aún sabiendo fehacientemente que van a agonizar no impedirlo. No penséis que soy pasiva, a veces me gusta darle un empujoncito a los asuntos, pero solo si es mi cuello el que peligra o si me han fastidiado antes.

Como digo siempre todo me fastidia, pero cuando intentas razonar con alguien y se regodea del hecho de haberme fastidiarte y pudiendo dejar de hacerlo opta por seguir haciéndolo es el momento de desenterrar el hacha de guerra, cargar el arma con balas de plata y demostrar que el depredador puede ser depredado y que en este estanque hay peces que aunque no parecen muy grandes se pueden comer a otros mayores.

Seguramente tenga que esperar al lunes para asestar el primer golpe, si no sucede nada que precipite los acontecimientos.

Se abre la veda de caza.

1 comentario:

  1. Érase una vez un martes cualquiera en el que alguien, un ser aburrido de esos tan comunes hoy y ayer en día, decidió dejar de lado esas ocupaciones socialmente productivas pero tediosas para ponerse a leer el primer blog que encontró.

    Y así, a medias porque le gustaba, porque no tenía otra cosa mejor que hacer o porque Maquiavelo es más espeso de leer, acabó en un rato con todas las entradas que una mala pécora autora había escrito. "¡Qué cosas!", se dijo el tipejo este: "¿por qué será que siempre me caen tan bien esta clase de gente que no sé si catalogar como cínicos, lúcidos, misántropos o todo a la vez?".

    Sea por lo que fuera, el tipejo este -pues no tiene otro nombre- se dispuso a dejarle un comentario. Dudaba, pero la posibilidad de servir de carnaza diseccionada lo disuadió de cualquier duda: ¡qué emocionante!

    Lo único que quedaba por decidir sería qué comentar. Quería que fuera algo interesantísimo, pero en fin, habiendo gastado todo el aburrimiento en leer se quedó sin ideas y, pensando que un halago sería inútil, se marchó al cuarto de baño a masturbarse aun con las palabras "juro que fue un accidente" en la mente.

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